Apenas hace 135 años desde que las cuevas de Altamira volvieron a recibir las miradas de un ser humano. En 1879, una inocente exclamación ya presagiaba la importancia del descubrimiento: «¡Mira papá! ¡Hay bueyes pintados en el techo!». La voz de aquella niña, hija del naturalista Marcelino Sanz de Sautuola y, años después, abuela del actual presidente del Banco Santander Emilio Botín, marcó el inicio del declive de unas pinturas rupestres que habían permanecido 14.000 años ocultas y perfectamente conservadas.
Desde entonces las cuevas han pasado por todo tipo de estatus. Estuvieron abiertas al público sin ningún tipo de control hasta el año 1977, cuando tuvieron que cerrarse al público debido al serio deterioro causado por las visitas. Sólo en el año 1973, más de 175.000 personas pasearon bajo las pinturas de la Sala de Policromos, donde se concentran la mayor parte de las pinturas que han situado a este enclave cántabro -situado en el municipio de Santillana del Mar- como uno de los dos mejores ejemplos de arte Paleolítico del mundo, junto con las francesas cuevas de Lascaux.
En 1982 se reabrieron al público, aunque con un límite de entre 8.500 y 11.000 visitantes por año. Esa situación duró hasta septiembre de 2002. Altamiratuvo que ser cerrada de nuevo debido a la presencia de microorganismos que crecían al calor de la luz de los focos sobre las pinturas.
Y así han permanecido hasta ayer. Después de años de polémica científica y de disputas políticas entre los gobiernos regional y nacional, las cuevas recibieron la primera visita de cinco visitantes y de dos guías después de 12 años de tranquilidad.
La decisión ha sido ampliamente contestada debido a que contradice las conclusiones del equipo científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que ha evaluado el estado de las cuevas desde 1996 hasta el año 2012. El Patronato del Museo de Altamira, presidido por el Ministerio de Cultura, encargó en diciembre de 2010 a una comisión científica internacional que preparase un informe para analizar si la conservación de la cuevas es compatible con las visitas.
El científico -que formó parte del Comité Científico de Lascaux- habló sobre la cueva, apuntando su «fragilidad» y su «peligro evidente», pero dejando también un rayo de esperanza: «Que sea frágil no significa que no pueda aceptar la presencia humana», señaló.
Sin embargo, en el periodo anterior a 2002, el equipo del CSIC dirigido por Sergio Sánchez y Cesáreo Saiz ya había documentado en su estudio publicado en octubre de 2011 el impacto de más de 900 visitas de cinco personas y un guía, la misma cantidad de gente que entrará ahora como parte de la investigación. Y sus conclusiones eran incontestables: «Si la cueva se reabre al público, la continua entrada de visitantes podría causar un incremento de temperatura, humedad y dióxido de carbono en la Sala de Policromos, reactivando la condensación y la corrosión de la roca», dice el informe publicado en Science. Precisamente esas condiciones físicas son las ideales para los hongos y microorganismos que amenazan a las pinturas. ¿Se nota la presencia de tan poca gente?
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